miércoles, 8 de octubre de 2008

UTOPIA - André Kedros

Metropolis - Fritz Lang


UTOPIA
André Kedros 1965 (publicado en la revista Janus)

Qué extraño es... ¿Es Nicole quien habla? Maltézos separa el sentido de las palabras para no escuchar sino su música. Una melodía sorda y fugitiva... El agua que corre y también el vértigo que ella produce. O simplemente el tiempo con el ligero temblor de las cosas inciertas. Abordamos una lejana ribera donde se arrastra una soleada bruma... Gritos de niños, murmullo de muchedumbre... La plenitud de un coro de hombres que se disuelve en vibraciones orquestadas...Una voz de contralto canta el amor carnal... Diríase la voz de la tierra, a ras de tierra, en la huella del perfume de las fresas... El ronroneo de innumerables motores como un zumbido de abejas... Se levanta la bruma... Vastas ciudades resplandecen al sol captado y reflejado por gigantescos espejos. Rodeadas de campos cultivados como jardines.
Aquí y allá edificios de color. Por todos lados casas rodeadas de césped, canteros de flores, fuentes. Amplios jardines públicos, estadios y piscinas... Tela abstracta. Paisaje urbano de armonía sutil. Fábricas automáticas como majestuosos navíos. Ante los cuadros de mando, ingenieros, amos después de Diós. Cumplido el turno, serán relevados.
En los observatorios astronómicos, los cosmódromos, las estaciones interplanetarias, en los hospitales y las casas cuna, otros especialistas trabajan. Cuatro horas de trabajo social. Luego, la libertad. Los encarnizados no por eso abandonan sus gigantescos telescopios o sus aparatos de física. O bien, lo hacen para seguir sus investigaciones por otros medios. Sin embargo, hay ciudadanos que dejan la fábrica por el laboratorio, el laboratorio por el taller de pintura, el taller de pintura por la estación de zoología experimental.
El Estado ha declinado. Ni ejército, ni policía. Los ciudadanos delegaron los asuntos públicos a administradores sabios y competentes. Todo pertenece a todos. Los ocios son inmensos. Cada uno ha recibido instrucción politécnica. Sabe razonar con justeza, preguntar inteligentemente a los cerebros electrónicos, juzgar la calidad de una obra de arte. El buen gusto está tan difundido como el buen sentido. La sensibilidad es tan delicada como potente el razonamiento.
Teleescuelas abiertas noche y día. Se asimilan nuevos conocimientos en el dominio elegido por cada uno. Ninguna constricción. Un gran deseo de perfeccionamiento. Una curiosidad constantemente despierta. Cada cual prueba disciplinas alejadas de su profesión básica. Ingenieros podan e injertan nuevas especies florales. Químicos se dedican a la pintura. Astrofísicos se consagran a la poesía. Aquí agrónomos modelan, como buenos artesanos, objetos únicos y de mucha belleza. Allá, médicos experimentan nuevos tipos de cohetes. Pueden consagrarse a varias tareas. El diletantismo es rey. La libre expansión de lo virtual exalta el sentimiento de plenitud. ¿Qué importa si todo no es de la misma calidad? Las necesidades fundamentales están ampliamente satisfechas. Se puede despilfarrar. Se puede crear a tontas y a locas. 'En el terreno de una estricta racionalización, la eclosión de una gozosa anarquía'. La sociedad no siempre sale ganando. Pero el individuo está colmado. Y está muy bien que ocurra así. En la abundancia de una creación a chorro contínuo, lo bello se distingue apenas de lo verdadero. Una nueva fórmula matemática, una síntesis química, una teoría audaz son admiradas a igual título que un fresco logrado o un poema inspirado. Cada cual se interesa vivamente por la obra de su prójimo. Nace así la emulación. A veces surgen así los descubrimientos geniales, los inventos sorprendentes, las obras maestras. Expuestos y discutidos en las Asambleas, estos son distinguidos y propuestos al goce de todos.
El culto de lo bello colorea la vida cotidiana. Las moradas individuales están repletas de obras de arte. Realizadas por aficionados o por artistas consagrados, satisfacen por su abundancia, como los demás bienes, todas las necesidades. Si, del hecho de su unicidad, el reparto plantea problemas, el sorteo zanja en último lugar.
A impulso de los artesanos y de los artistas, una industria muy flexible fabrica los objetos usuales cada vez más bonitos. Trátase de móviles transformables en su forma, movimiento, color o iluminación. Se adaptan al humor de los usuarios. Objetos fútiles, pero divertidos, introducen una nota de sorpresa en los gestos cotidianos amenazados por la rutina. Un picaporte, un botón de ascensor pueden ser juguetes.
El estilo de vida de los ciudadanos refleja su libertad. Hombres y mujeres se visten con sobria elegancia. Son alegres y fraternales. Al vivir en un mundo exento de amenazas, a veces sienten la inquietud metafísica, pero no conocen la angustia. Al poseer todo, sin poseer nada propiamente, dejaron de ser egoístas. El desarrollo armonioso de su personalidad los preserva, sino de los conflictos interiores, al menos de las frustraciones brutales.
La práctica del deporte les asegura la belleza física y el equilibrio nervioso. La educación, apoyada en el progreso de la psicología abismal, se esfuerza por domar a la bestia en el Hombre. Se empeña en extirpar las supervivencias del pasado relacionadas con las obsesiones de un mundo injusto. Aunque cuidando las zonas de sombra necesarias para la espontaneidad y la creación, lucha, desde la más tierna edad, contra las perversiones, la maldad, la pereza, la mentira.
Los niños están a cargo de la comunidad. La solicitud no solo de los docentes, médicos y psicólogos destinados a sus cuidados, sino la de todos los adultos respecto de ellos es tal que los niños apenas distinguen el afecto de los padres del de los demás ciudadanos. La familia sigue existiendo. Solo dura mientras dure el amor y la amistad de la pareja.
Hombres y mujeres son iguales, aunque sabiéndose diferentes. Se enamoran y se desamoran con total sinceridad. El deseo y el afecto ya no están enconados por el instinto de la posesión. Hay penas del corazón. No hay más celosos. El control de nacimientos se ha vuelto práctica corriente. Los jóvenes se aman con desenvoltura. Gozan de la indulgencia benevolente de la ciudad. En los bosques y hasta en los jardines públicos, pequeños pabellones fueron construidos para ellos. El amor se volvió refinado. La inventiva erótica, la delicadeza de los sentimientos, cien pequeños caracteres sexuales secundarios, que otrora pasaban inadvertidos, enriquecen el deseo. Librados de los males que pesaban sobre su condición, hombres y mujeres adquirieron una sonriente dignidad.
Los cohetes y los demás medios de locomoción redujeron el espacio. Los ocios dieron nuevo sabor al tiempo. Los ciudadanos viven en el presente. El porvenir los apasiona pero no los obsesiona. Ya no están más apremiados. En las ciudades, de medidas humanas, gustan de andar a pie. La soledad está vencida. Cada encuentro tiene su precio. Puede ser motivo del intercambio de interesantes puntos de vista. Puede --cuando los que se encuentran son de sexo opuesto—encender el deseo, ser el origen de una unión fugitiva o duradera.
Se practica el arte de la conversación, de la discusión. El almuerzo se toma en la intimidad de la familia. La cena reúne a los ciudadanos en vastos palacios comunitarios. Siguen debates sobre los temas de actualidad. Estos debates son, a veces, muy violentos. La agresividad, el placer de combatir que dormita en el corazón de los hombres, hallan en el choque de ideas un refinado exutorio. Arbitros elegidos proclaman a los vencedores. Son aclamados y llevados en triunfo como otrora los dioses de los estadios. Prolongan la velada representaciones dramáticas o conciertos. Se experimentan nuevas formas de arte. Las telecomunicaciones permiten asociar a los debates y a los regocijos artísticos otras asambleas, otras ciudades y hasta otros planetas.
Cuando la tensión creadora se relaja, hasta los adultos gustan de jugar. Juegos de azar o juegos de sociedad. También se distraen cazando o pescando. Coleccionan todo lo raro: mariposas, meteoritos, antiguos discos. Competencias deportivas, fiestas y ceremonias reúnen a los ciudadanos en las plazas públicas. Una ceremonia del recuerdo, en particular, está dedicada a los hombres de Estado que supieron imponer al planeta el desarme total y controlado.
Por más diversa y exaltante que sea la vida de la ciudad, la necesidad de evasión se deja sentir. Aprovechando su tiempo libre o las largas vacaciones, hombres y mujeres viajan de ciudad en ciudad, de planeta en planeta. Los que poseen, innato, el gusto del riesgo, buscan las aventuras. Se ofrecen como cobayos para experiencias biológicas y psicológicas peligrosas. Ser presentan voluntariamente para experiencias al centro de la Tierra. Se establecen como colonos en planetas fuera del sistema solar. Emprenden viajes sin retorno hacia lejanas galaxias. En el respeto a la propiedad colectiva, a la reproducción de la especie y en el aporte que cada cual debe al progreso común, todo desafío al destino está permitido.
Se pueden profesar las opiniones más absurdas sobre la sociedad, la finalidad del Hombre, lo desconocido o lo incognoscible. Se puede creer en la magia, buscar el éxtasis, vivir como asceta o en frenesí dionisíaco. Ninguna aventura espiritual, por más extraordinaria que sea, parece chocante. La obra más insólita es tratada con circunspección. Lo que hoy parece oculto, se comprenderá mañana. Lo que hoy pertenece a la más loca vanguardia, podrá ser clásico mañana.
En nombre de lo condicional, cada uno puede militar para sus ideas, sus obras y su manera de vivir. La tolerancia es el anverso de la confianza en el porvenir. Lo que es viable vivirá, se convertirá en el bien de todos. Lo que no lo es, se secará y caerá como una rama privada de savia.
Los hombres se vuelven centenarios. La vida verdadera es su mayor riqueza. Pese a ello se cansan. Al declinar, se resignan, mientras desean a los que vendrán una eterna juventud. Con ayuda de la eutanasia, se deslizan dulcemente en la muerte. Una muerte aceptada, al cabo de una existencia fértil y plenamente asumida.

André Kedros (1965)